QASIM HADAD
Traducido del árabe por: MILAGROS NUIN
Estaba la montaña en nuestra pupilas,
transportando sus pies de cristal desde un sueño en la solemnidad del mar
a otro sueño en el orgullo de las palmeras.
Fuimos a afilar nuestros miembros con sus dientes,
con la presunción de sus
rocas y la perfidia de sus excrecencias,
mientras estaba ocupada puliendo sus esquirlas,
ufana por el prestigio de sus elegías y de sus valientes garras.
Sus
súbditos
sopesamos con ella nuestros sueños como si fuera
yacimiento de un tiempo
que atesora su don en nubes oscuras,
sacrificadas en el lujo de
los engaños,
identificadas con el libertinaje
de las formas,
reveladoras del agua seca.
Nuestras
camisas divulgan la seducción de los cuerpos
en el placer del viaje,
omitimos los rayos desplegados y perdemos los candiles del camino,
estrellas pendientes de las dobleces de una desolación
que cree ser cielo.
Montaña
que trota en su jubón bordado con pupilas embriagadas
y pestañas de plata
que vigilan un rebaño en la soledad de las planicies.
Somos
sus salvajes súbditos,
a los que concede la hosquedad
de la noche,
un pueblo aislado por una melancólica roca
acarreada sobre los hombros.
Sus
bosques, abarrotados en el despertar de los sentidos,
pretenden ser poso de anhelo llegado con la justicia de la lluvia.
Nos descuidamos, y la ventana nos traiciona
con un pueblo injusto,
conducido por guías desnudos por las acechanzas
de la montaña,
cuyos pasos desvelan aves de presa.
Nos descuidamos, y la brasa del bosque
se equivocal
por las muchas
miradas y el odio de las articulaciones.
Somos
sus súbditos
Desobedecemos la solemnidad
de la montaña
y embellecemos su cuerpo con espejos rajados
que revelan harapos desgarrados por las comitivas
funerarias
y
el estallido de meteoros desesperados.
Súbditos
Elevamos
nuestros andrajos como bandera en la vanguardia del texto,
murmuran los mapas desgarrados por la claridad de la mentira.
Conocemos en la roca el pretexto del camino,
y a nuestros pies les embarga
el esplendor de la distancia
y la naturaleza del viaje.
Como si
el agua estuviera en la curva,
como si el árbol del bosque fuera nuestra rectificación
para comprender el fin del inventario,
como si los suspiros de los funerales fueran nuestra última aversión para evitar el juego de la eucaristía,
como si el correo de las aldeas
proscritas fuera la elocuencia de la ciudad,
su perfección para comprender el escándalo de la insolencia
en presencia del asesinato.
Desobedecemos
como un rebaño,
perdida la libertad de dormir.
Le decimos a la montaña:
cambia tus nubes,
prepara tu mausoleo
y abre tus colores a la gente.
Le decimos:
sea la oscuridad sobre ti, montaña,
y para ti nuestro elevado arco, pabellón del horizonte.
Le decimos: nos disgusta un señor
que oculta a sus nietos
y lanza a sus descendientes al dominio del arrepentimiento.
Montaña
que reprueba nuestros sueños y los denuncia en el círculo de
los banqueros,
nos conduce con sus aterrorizados guías
y se disculpa por nuestros más hermosos errores ante los cónsules de los estados
y enviados de los ejércitos.
Le decimos
a la montaña:
Las montañas también pasan.
Poema procedente de la obra I'lay al-masafa (Tratamiento de la distancia).
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